ARTÍCULO.
Cuando luchar tiene sentido
La lucha es el ejercicio
constante que tiene como fin alcanzar el logro en cualquiera de los variados
propósitos que cada cual se traza lograr en la vida.
Esas realizaciones
logran ser más importantes y útiles cuando el fin es de bien para todos. –Como
el que tenía la luchadora campesina Mamá Tingò, la que ¡tanto lucho! a
favor de sus compañeros de jornadas, con quienes libró grandes batallas en
procura de que los desposeídos tuviesen derecho a cultivar las tierras.
Reitero, su lucha no fue
particular, sino fusionada con las de los demás, en provecho de todos
cuanto le rodeaban. Con excepción de los oportunista, terratenientes y
opresores en contra de los derechos comunes. En su piel parecería reposar el negro oscurecer de su parecida noche, cuando
descansan los trabajadores.
A esa ejemplar mujer le
caracterizaba el interés por sus conciudadanos. La justicia social era su
semejante. Se dejaba invadir del amor al prójimo, esa actitud le concedió la
admiración y el respeto de todos los perseverantes.
A pesar de que Florinda Soriano
Muñoz (Mamá Tingó) era una dama “iletrada,”
tenía
condiciones y carácter suficientes para representar la lucha contra los
desalojos injustos.
Su limitación educativa
se debió al tiempo que le ocupó sus tareas laborales, ya que a temprana edad se
entregó al trabajo duro del cultivo y siembra de los productos cosechados en el
campo.
A la edad de 5 años
murió su madre siendo criada ella y sus hermanos por su abuela Niní Soriano. Aún con
edad de niña acompañaba a su abuela, junto a sus hermanos, por las calles de la
capital de Santo Domingo; vendía unas bolsitas llenas de carbón, que ella misma
ayudaba a preparar llenándolas y colocándolas en las árganas de los animales.
“Carbón, carbón”, voceaba con su voz infantil por “La Capotillo”, ahora avenida
Mella, antes “El Camino de los Burros,” por los barrios de Ciudad Nueva, San
Carlos, San Miguel, San Lázaro, “carbón, carbón”.
Años más tarde se casó con Felipe Muñoz, con quien decidió
tener sus hijos y sostenerlos del trabajo sagrado de sembrar la tierra.
En la capital dominicana
vendía estillas de un palo conocido como Hojas Anchas, que se usaban en las
panaderías de la ciudad en ese entonces, juntando millares de éstas que eran
preparadas por la comunidad para sobrevivir.
Su esposo Felipe, murió
asesinado en un pleito de galleras, dejando en orfandad a sus hijos, el
mayor, Domingo Tingó,
tenía seis años. La ausencia de su esposo le hizo esforzarse aún más, teniendo
que enfrascarse a trabajar con más insistencia para obtener el sustento
de su familia por sí sola.
Cosechaba variados
productos que vendía, entre ellos cajuiles,
aguacates y bijas. Esa dama trabajadora y de temple iba a los campos a
labrar y cultivar la tierra con su habitual machete usado como herramienta.
Tras el paso de los años
y al quedar viuda, se unió con el agricultor Jesús María de Paula.
Un militar conocido como
Pupo Román se había adueñado de
forma impropia de las tierras que eran cultivadas por honradas mujeres y
hombres; quienes fueron desalojados arbitraria e imprudentemente, y a quienes
les fueron derribadas sus casas construidas con esfuerzos y escasos recursos.
No fueron alambradas de inmediato las propiedades, pero por él fueron
“vendidas” a Virgilio Pérez,
quien a esas tierras llevaba sus vacas que comían y atrofiaban los sembradíos
de los agricultores que con entrega cultivaron esas tierras, las que luego
araron tractores
sembrándola de piñas.
Quintales de bija, café, cajuiles y otros productos
del campo fueron destruidos; pero aún los campesinos permanecían habitando
allí, ejerciendo las labores que hacen producir los campos para provecho de
todas las grandes ciudades del mundo.
Años más tardes surgió
un “nuevo dueño” llamado Pablo Díaz,
quien alambró esas tierras, terminó devorando con tractores esos conucos
cultivados por largos años. Pagó a un contingente de policías de los que
aterrorizaron al país.
Entre esos oficiales se
cita a un tal Tipo-Tanque y
otros”, que apresaban y maltrataban a los agricultores manteniéndolos en una
constante zozobra, viéndose obligados a laborar casi a escondidas;
permanentemente aquellos hombres y las mujeres tenían que rehacer sus conucos
una y otras veces.
El indicado acontecer
fue protagonizado por la legendaria luchadora y dirigente excepcional Mama Tingó, quien fue apresada.
Sus verdugos policiales
engañaban a los campesinos hablándole de reformas agrarias, en alianza y
complicidad con sectores de la izquierda dominicana; se les ocurrió echarle a
ella gratey y pica-pica produciéndole
alergias y picazones, pero se mantenía trabajando con su mocha.
La comunidad la
escuchaba y respetaba. Ella entonaba el cántico: “No me dejen sola, suban la
vó/ Que la tierra e mucha y dá pa tó /En el campo entero se oye una vo/ Vive en
Hato Viejo, Doña Tingó/ Agarren la mocha y suban la Vó; que hay una junta de
Sol a Sol”.
En esas luchas tenaces Tingó y sus compañeros fueron
golpeados, resultando con roturas de costillas, y numerosos moretones que
fueron ocasionados en sus apresamientos y persecuciones.
Deshicieron algunas de
sus reuniones en el lugar llamado “la tranquilidad”, que quedaba en la
cercanía de su habitad.
Dicen que el
terrateniente le ofreció “dinero y un apartamento” para que dejara la lucha;
pero que ella le contestó que no, que ella prefería que la mataran, porque si
no seguían la lucha no iban a conseguir que sus hijos, cuando ella faltara, y
la comunidad pudieran trabajar la tierra. Siguió la “Lucha Grande”, como
fue llamada, hasta en los tribunales.
Fue asesinada un primero
de noviembre después de regresar del sitio de Monte Plata, el 1 de noviembre
de 1974 en Gualey, Hato Viejo, Yamasá, en República Dominicana.
Un individuo llamado Durín, disparó dos escopetazos
contra Mama Tingo, quien así murió de mano de un hombre cobarde que se resistió
a tolerar las luchas de esa valiente Mujer, que sirvió de ejemplo a seguir y no
dejo mancillar su honor.
En distintos países del
mundo siguen siendo ocupadas las tierras por poderosos…; pero se toman más en
cuenta los derechos del ciudadano gracias a los que han dejado su ejemplo como
estandarte.
Mamá Tingó era
integrante de Liga Agraria Cristiana que componían 350 familias empobrecidas,
que luchaban desde décadas.
Hoy más que nunca se
requiere la unidad para alcanzar las mutuas conquistas que nos corresponde
disfrutar a todos sin exclusión de género color ni estirpe social.
Las luchas
reivindicativas protagonizadas por sindicalistas como Mauricio Báez y Mama Tingó, deben ser causa de
motivación por parte de los dirigentes sindicales de hoy, que se han
apartado de los principios y las luchas, eso así, por el afán de
beneficios particulares que ejercen la mayoría de los partidos políticos,
algunas iglesias, sindicatos y gremios; en los que sus integrantes prefieren
confabularse con los potentados…
En un país donde el
Estado posee los derechos de propiedad sobre extensas y diversas porciones de
tierras distribuidas por toda la geografía nacional, se ha permitido, desde la
muerte de Trujillo en el 1961, que gran parte de ese patrimonio pase a ser
insufructuado por poderosos personeros ligados a los partidos políticos, los
organismos armados y las familias de terratenientes tradicionales.
Las personas que han
habitado en muchas comunidades han sido despojadas de sus derechos (muchas
veces no asentados debidamente en la jurisdicción de tierras), basados en la
ocupación y permanencia durante generaciones.
No se ha querido hacer
justicia, la Reforma Agraria fue limitada, y no incluyó los amplios predios del
Estado con vocación agrícola, los ocupados por la otrora pujante Industria
Azucarera y los usurpados por terratenientes en disputas con los pobladores
rurales.
No se ha tenido voluntad política para hacer
una verdadera transformación agropecuaria que no solo de acceso a las tierras a
los verdaderos agricultores, sino que ponga en sus manos los recursos
tecnológicos, financieros y de mercados que hacen eficientes a la agricultura
moderna.
Esta es,
lamentablemente, otra tarea pendiente de quienes nos han gobernados.
A Mama Tingó, no solo se
le bebe recordar en el día internacional de la mujer, sino siempre.
Autor: Césareo Silvestre.